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14 diciembre 2023

¿MI HIJO ESTÁ BIEN? ¿ES FELIZ? 17 ASPECTOS


Es muy frecuente, cuando os preguntamos en las entrevistas sobre qué expectativas tenéis sobre vuestros hijos, que vuestra respuesta sea: "Que sea feliz". ¿Cómo se define este concepto? Muy complicado...Hemos de hacerlo por eliminación de lo que le impide ser feliz, y entonces presumir que esa es la condición de felicidad, cuando los niños cumplen con ciertos cánones que nos indican que su vida es plena. Escogemos este artículo de  "La Mente es Maravillosa" para poder concretar.


17 señales que pueden indicar que tu hijo es infeliz



No siempre es fácil caer en la cuenta de que un niño no es feliz
. Es posible que no

ocurra un cambio muy marcado en su comportamiento o en su manera de
expresarse; por otro lado, también podemos observar cambios susceptibles de ser interpretados de manera errónea en este sentido. Otras veces es el mejor de su clase, pero lleva dentro de sí una gran infelicidad.

El lenguaje de los pequeños es diferente al de los adultos. Para darse cuenta de que un niño no es feliz hay que observar bien y comprender muy bien sus código de expresión -muchos niños, por ejemplo, expresan la tristeza con señales que podríamos considerar de cansancio o enfado-.

Las señales de que un niño no es feliz deben buscarse en sus actitudes frecuentes y en la perspectiva que adopta frente a acciones sencillas, como comer o dormir. Durante la infancia es mucho más fácil tomar cartas en el asunto y resolver cualquier problema. Si se le deja prosperar, todo puede complejizarse. Los siguientes son aspectos reveladores de infelicidad en un pequeño.

  1. Le cuesta sonreír o no lo hace nunca.
  2. No juega con otros niños (en este aspecto hay que ser cuidadosos, porque es normal que los niños jueguen solos antes de los 4 años).
  3. A pesar de su buena salud física, se suele mostrar irritable y parece frustrado.
  4. Su comportamiento cambia de forma repentina sin que haya una causa concreta que lo justifique.
  5. Suele ser un niño reservado que, de repente, se vuelve agresivo. Si antes no era así, la señal es todavía más llamativa y se ha de tener en cuenta.
  6. Los cambios de humor no muestran una razón lógica, clara o siquiera aparente.
  7. Sus emociones son muy intensas y sus respuestas son explosivas (también hay que ser cautelosos en este aspecto, los niños pequeños no cuentan con las herramientas necesarias para manejar sus estados emocionales).
  8. Enferma de forma frecuente, con síntomas comunes como: malestar general, vómitos o dolor de tripa. En muchos casos, no hay justificación clara para esta situación.
  9. No tiene ganas de comer.
  10. Sufre pesadillas o terrores nocturnos.
  11. Presencia de retrasos evolutivos. Por ejemplo, ya manejaba los esfínteres, pero vuelve a hacerse pipí encima o durante la noche, o sufre escapes incontrolados.
  12. No tienen ganas de ir al colegio, o puede llegar a mostrarse agresivo o enrabietado para no tener que ir.
  13. No tiene amigos, o no quiere socializar.
  14. Si juega en algún momento, lo hace con violencia o mostrándose agresivo y peleón.
  15. Cualquier cosa le molesta y se queja por todo.
  16. Tiene una notable tendencia a aislarse.
  17. No tiene interés en participar en la vida familiar.

28 noviembre 2018

SIGLO XXI. NUESTRA GENERACIÓN DE ADOLESCENTES



Aquí os dejamos este audio de nuestro admirado Daniel J. Siegel. Es un vídeo largo, pero merece la pena escucharlo con atención. Como en sus libros: "El Cerebro del Niño" y "Tormenta Cerebral" utiliza un lenguaje comprensible, accesible y cercano. Plantea una visión global de la Educación y especialmente con los adolescentes.
Comprender cómo siente y aprende el adolescente y qué necesita.
Esperamos que os guste.

17 octubre 2018

A VUELTAS CON EL TDHA....

Rescatamos esta entrevista con José Ramón Ubieto Psicólogo y coautor del libro Niñ@s  Hiper. 


Ya sabéis, los que nos conocéis, nuestro empeño en clarificar el famoso TDHA para evitar el sobrediagnóstico que se hace y el enmascaramiento de otros trastornos. Existe demasiada presión por parte de las personas que rodean al niñ@, a la hora de explicar sus dificultades, siempre por déficit de atención o hiperactividad, o ambas. Es decir, el reduccionismo del que habla nuestro colega José Ramón Ubieto


«Las siglas del TDAH son falsas. Ponerle la misma etiqueta a todos los niños es un reduccionismo»

Entrevista con José Ramón Ubieto, autor, junto a Marino Pérez, de «Niñ@s Hiper»

ABC EDUCACIÓN










Con él hablamos de esta obra recientemente publicada, y donde ambos autores se cuestionan de nuevo todo lo relacionado con el
 TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad), para después ofrecer estrategias de ayuda y acompañamiento.Infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas... En definitiva, nos enfrentamos a una generación de Niñ@s Hiper. Así se titula el libro coescrito por el especialista en psicología clínica José Ramón Ubieto y por el catedrático de psicología Marino Pérez, quienes aseguran que parte de la culpa la tenemos los adultos, por querer «liquidar la infancia». «Queremos que sean como nosotros: que sean emprendedores, con una identidad sexual clara, creativos, pero al mismo tiempo los queremos controlados y evaluables en sus resultados. ¿No estaremos privándoles del tiempo propio de la infancia, aquel que Freud señalaba como el necesario para comprender qué significa hacerse mayor?», se pregunta Ubieto.





Negar el TDAH pone a las familias de los niños diagnosticados y medicados en una situación muy difícil.
Negar que el TDAH existe, en efecto, es un problema. Hay que empezar por reconocer que en la actualidad a los niños les resultan más complicados los aprendizajes porque han cambiado muchas cosas. Ha cambiado primero lo más importante, que es quizá la creencia en el maestro. Para obedecer a alguien hay que creer en él. La autoridad funciona no porque uno te ponga una pistola en la cabeza. La autoridad viene de auctoritas, que es un termino que designa al autor, al que inventa, al que crea... El que resuelve problemas no es el que tiene poder. Potestas es otro término.
La autoridad del profesor se la tiene que conferir el alumno.
Sí. Antes los niños le daban más o menos automáticamente la autoridad al maestro. Ahora, para empezar, todo el mundo tiene el saber en el bolsillo: lo dice Google. La pérdida de autoridad hace que el consentimiento que el niño tiene que dar para aprender no ocurra. Aprender no es solo que alguien tenga deseo o capacidad de eneseñar. Hace falta que el alumno también quiera.
Dicen ustedes que el mundo digital en el que vivimos es el otro elemento que dificulta el aprendizaje.
Es que el mercado incluye la realidad digital. El mercado es la OPA hostil más salvaje que haya tenido jamás la familia. El mercado es un elemento de competición, porque propone toda una serie de estímulos a los chicos en forma de gadgets, aparatos electrónicos, juegos y. que trae consigo al tercer elemento de dificultad, que es la satisfacción inmediata. Existe un nuevo ideal, un nuevo GPS para nuestras vidas, una nueva brújula, no solo para los niños, sino también para los adultos, donde lo primero es la satisfacción, inmediata. Que en realidad es siempre insatisfacción…
¿Cómo es posible que en la actualidad se hagan hagan prediagnósticos de TDAH con cuatro años recién cumplidos?
Porque estamos proyectando sobre la infancia un modo de vida adulto. Queremos que los niños se porten como los mayores. Pero tiene que haber un tiempo de espera, que hoy se ha acortado exageradamente. Tengo una foto de un sobrino magnífica: con dos años y un chupete en la boca mientras quita la contraseña del móvil de su madre y «surfea» por la pantalla. Hay una aceleración extrema de la sociedad, que tiende a hiperpautar, hipercontrolar cada uno de los movimientos de la infancia.
Hay una pasión por la búsqueda del rendimiento, de la perfección... Que hace que cuando el niño no cumple con la «perfomance» que se espera de él, cuando no responde a la expectativa hiperpautada, ya se supone que tiene un trastorno.
Volviendo a la pregunta... A los cuatro años todavía existe un tiempo para poder mejorar la lectura, la escritura, los movimientos, el habla... todo.
Consideran ustedes, además, que el TDAH es un falso nombre. ¿Por qué?
Porque el TDAH son unas siglas que nombran algo, no es una abstracción. Es verdad que en el niño diagnosticado hay algo de agitación, de desatención e impulsividad... Que hay algo que está ocurriendo. Pero, ¿por qué es falso? Porque eso que está ocurriendo puede obedecer a muchos factores. Es un reduccionismo. Es una diversidad de situaciones recogida en un acrónimo.
¿Por qué vamos a reducir la diversidad de situaciones a un acrónimo? En el libro utilizamos una expresión de un psiquiatra inglés llamado Sami Timimi que ha hecho popular la expresión «Mcdonalización de la infancia» para diagnósticos rápidos, casi prefabricados, aplicados a niños. ¿Verdad que cuando uno come una hamburguesa en Sidney o lo hace en Madrid le sabe igual? Ahora traslade eso a los diagnósticos. ¿Va a ser igual un niño agitado en Alcorcón que otro en Sidney? Cada uno se agita por causas particulares.
Puede ser el nacimiento de un hermano, puede ser un duelo migratorio, la pérdida de un familiar. Puede ser por violencia, o puede ser dificultades específicas de lenguaje… Hay muchas razones, y poner la misma etiqueta a todos es un reduccionismo. Es un falso nombre. Cualquier niño es mucho más complejo que el síntoma del TDAH. Esas siglas solo dicen una realidad de ese niño. He llegado a ver niños en el servicio de atención psicólogica de la Seguridad Social donde atiendo que nada más verme me dicen: «Yo tengo TDAH». Y yo les pregunto: «¿Pero tú no te llamas Miguel?».
Hay que saber ver a la persona que hay detrás...
Cuando yo tenía 15 años me llevaron a un neurólogo porque tenía una parálisis del pie. Allí sí que había personas con cosas graves, retrasos mentales, psicosis... Me sentí observado como si fuera un pequeño monstruo. Esa sensación no la olvidaré nunca. A veces no somos conscientes de esa evaluación, esa clasificación… Reducimos al menor a una especie de de monstruo, les tratamos como si les pasase algo terrible.... Eso no significa que no haya que verlos ni atenderlos, pero no tenemos que cargar con una hipoteca unas vidas que a veces son muy variables. A lo mejor al cabo de dos días deja de serlo.
Siempre explico la anécdota de un amigo que suspendía en Bachiller cuatro asignaturas. El profesor le decía que nunca iba a llegar a nada. Hoy es catedrático de arquitectura. Necesitó pasar un tiempo para entender que lo que a él le gustaba. Hoy le habríamos diagnosticado TDAH. Yo mismo era un TDAH seguro. Afortunadamente, nadie me medicó.
¿Cuál sería su primera recomendación a las familias ante este tipo de diagnósticos?
A los padres, lo primero que les diría es que hay que darse un tiempo para comprender cómo va evolucionando el asunto. La infancia es un tiempo para comprender. Ya Freud señalaba algo que hemos olvidado, que es el juego infantil. Ni los móviles, ni las pantallas... El elemento más importante de construcción de la persona es el juego infantil. El juego es un elemento que tenemos que facilitar, es el tratamiento primero que se debe poner en marcha con los niños… Que le den tiempo para que evolucione. No hay prisa para medicar.
¿En qué más se pueden apoyar los padres?
El segundo elemento es la educación. Si vamos a ponernos en manos de profesionales, primero la educación. Cuando alguien tiene un problema de este tipo lo primero que tiene que hacer es hablar con la escuela, los tutores... Ver cuales son las dificultades. Si son de atención, cognitivas, de lentitud de aprendizaje, de impulsividad, del lenguaje... Hay que ver cada caso. Y ver qué pueden trabajar los profesores con ellos y qué puede hacer la familia para ayudarles en casa.
Pueden hacer un tratamiento a través de los recursos educativos: hay muchos juegos, herramientas de la mente, juegos sencillos que se pueden hacer en casa, trabajar aspectos como la espera, la manera de hablar, de dirigirse al otro, la memoria… Eso es lo primero. Si a pesar de haber hablado con la profesora, de haber aplicado ciertas estrategias... Siguen los problemas, es el momento de la consulta psicológica, de ver qué otros aspectos emocionales pueden estar bloqueando a ese niño, niña.
Y en el último término, si es necesario, lo que dicen todas las guías clínicas de todo el mundo: optar por la medicación. A veces es necesaria para contener lo que desborda a un niño. Hay niños que no encuentran los límites del movimiento. La medicación para esos niños puede ser una ayuda necesaria. Y cuando hay que usarla, hay que hacerlo con rigor. Hay que ser muy prudente para medicar en la infancia. Todavía no sabemos muy bien cómo funciona en niños, porque con ellos no se hacen estudios y, por tanto, aunque algunos efectos ya los conocemos, otros no.
¿Les daría algún consejo más a los progenitores afectados?
Es muy importante tener claro que ser un buen padre, o una buena madre, no es saber qué hacer en cada momento. No son los managers de una empresa que tienen que subir las ventas. No es eso. Ser un buen padre es saber tolerar el tiempo que hace falta para que los niños se hagan mayores.
La diferencia entre nuestros progenitores y los de ahora es que, ante un berrinche, los primeros decían: «no le hagas caso, ya se le pasará». Ahora las familias piensan que tienen que estar interviniendo continuamente, y están siempre pendientes. Les resuelven cualquier situación porque lo consideran un problema, pero un berrinche no es un problema, es solo una conducta típica de los niños.
Las madres intervienen hasta en las broncas que tienen sus hijos en el parque infantil, cuando un niño no deja jugar a otro, o cuando se encuentran con la típica niña mandona. Esas cosas por las que todos hemos pasado y que los niños tienen que aprender solos. Hay que dejarles que se equivoquen. El error forma parte del aprendizaje. Si tú quieres estar interviniendo en cada momento de la vida de tu hijo, vas a convertirle en un ser vulnerable, que nunca podrá hacer nada solo.
Ser un buen padre no es estar siempre pendiente, es más bien tolerar un poco la espera. Es tolerar el fracaso de tu hijo, es estar atento. No se trata de quitar importancia, sino de esperar, que es distinto. Saber que tu hijo tiene una dificultad y no intervenir inmediatamente con toda la artillería.
¿Qué tipo de escuela o de pedagogía es mejor para estos niños?

Las que incorporan la movilidad como un recurso de aprendizaje. Pero todavía hay escuelas tradicionales donde están sentados los niños en la misma clase todos los días. En lugar de considerar la movilidad como un problema, deberíamos usarla como un recurso de aprendizaje. ¿Cómo? Trabajando por proyectos, incorporando salidas... La paradoja es que estamos introduciendo la tecnología digital en la escuela manteniendo el mismo formato de clase del siglo XIX, con los pupitres en línea, los niños sentados en fila… Pensar en que toda la innovación consiste en introducir la pizarra electrónica mientras que las mesas sigan iguales… En las escuelas donde funciona la movilidad hay menos casos de TDAH. El movimiento se puede utilizar para aprender, todo depende del adulto. De si tiene deseo de enseñar o no. Depende de la pasión por enseñar. Un maestro funcionario tiene poco que transmitir.
REVISTA ABC EDUCACIÓN

16 septiembre 2016

Psiquiatría y Psicoterapia para el TDAH





Aquí os dejamos un artículo breve y muy clarificador sobre el TDAH. Existe demasiada presión para su diagnóstico y "correspondiente" medicación en todos los ámbitos que rodean al niño y/o adolescente (social, educativo, clínico, familiar...). Nos corresponde a los profesionales difundir información fidedigna, de forma que ayude a los padres a tomar decisiones adecuadas para el óptimo desarrollo de sus hijos.


Noticias e información de Sepypna, Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente.Si no ves este mensaje correctamente
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SEPYPNA


2016-09-15 documento sobre TDA-H: ¿Una peligrosa hipermedicalización?




TDA-H: ¿Una peligrosa hipermedicalización?

Los clínicos comparten sus preocupaciones por sus pacientes

Desde hace muchos años, el cuerpo médico se pregunta por el trastorno de la atención con o sin hiperactividad (TDA-H) y sus tratamientos. Hoy en día, la creciente prescripción de medicamentos psicótropos, considerada con demasiada frecuencia como única solución, nos interpela sobre la manera como tratamos a los niños.

El TDA-H no es una enfermedad

Hay que recordar en primer lugar que el TDA-H no es una enfermedad sino una denominación que agrupa un conjunto de signos comportamentales: distracción, hiperactividad, impulsividad. Estos signos están presentes en todos los niños, en diferente grado, y no es posible establecer de forma científica los límites entre lo normal y lo patológico.
A diferencia de una enfermedad, este conjunto de dificultades no es el resultado de una causa claramente identificada. Surge de una serie de factores múltiples y variables que se influyen mutuamente, por lo que no existe ningún tratamiento que pueda aplicarse de forma sistemática.
Seguir creyendo en la tesis de una enfermedad neurológica o del neuro-desarrollo causada únicamente por un desarreglo biológico, pone de relieve una visión simplista de la enfermedad mental, claramente superada en la actualidad. En efecto, las neurociencias han demostrado las interacciones entre el desarrollo del cerebro y el entorno.
Rechazar la tesis de la enfermedad no significa en absoluto minimizar la amplitud de los síntomas o de sus repercusiones en el niño y en su entorno. Muy al contrario, se trata, en cada caso, de tratar de comprender sus dificultades a la vista de su trayectoria de vida y no de reducirlo a supuestos disfuncionamientos cerebrales. Se trata de señalar al niño que no sufre ni de una enfermedad “incurable”, ni de un trastorno exterior a él y que, por tanto, tiene la posibilidad de influir en su propia vida y que la situación puede evolucionar.

Personalizar el diagnóstico y la ayuda ofrecidas

Cabe, pues, realizar un diagnóstico pluridisciplinar profundo para cada uno de estos niños. Sin apriorismos ni ideas preconcebidas, dicho diagnóstico tiene que tener en cuenta la singularidad de cada niño, su historia, su entorno familiar, su perfil neuro-cognitivo, escolar, social…
Una vez realizado el diagnóstico, cabe plantearse una serie de soluciones terapéuticas dentro de un abanico de posibilidades: deporte, arte, psicoterapia individual, grupal, familiar, psicomotricidad relacional, grupo de palabra o de psicodrama, apoyo a la parentalidad… Estas intervenciones, que siempre llevan su tiempo y exigen paciencia y mucha perseverancia, permiten verdaderamente cuidar de sus sufrimientos y de los que le rodean. Ofrecen a los niños diferentes maneras de expresar lo que les lleva a agitarse y de comprender mejor sus vivencias.

Medicamentos de riesgo

Cabe prescribir una medicación en aquellos pocos casos en los que el niño está tan invadido por sus síntomas que no hay ninguna medida que consiga aliviarle. Pero incluso en estos casos, la medicación debe de estar acompañada de una intervención global y ser regularmente reevaluada para poder valorar su utilidad a lo largo del tiempo.
Hay que recordar que estos medicamentos psicótropos no son nada anodinos y que no deben ser nunca utilizados en primera instancia. Sin embargo la situación es inquietante ya que estas sustancias son cada vez más frecuentemente prescritas, sin garantías sobre su inocuidad a largo plazo sobre un cerebro infantil en plena construcción y sin pruebas sobre su utilidad en el tiempo. Además, a la luz de los efectos secundarios regularmente constatados, pérdida de sueño, de apetito, retraso en el crecimiento, apatía… el principio de precaución siempre debiera de prevalecer.

Un psico-marketing preocupante

A la vista de estas inquietudes, la prescripción de estos psicótropos debiera de ser algo excepcional. Y sin embargo, todos los pilotos están en rojo: no solo se prescriben cada vez con mayor frecuencia, sino que se están extendiendo a franjas de edad más amplias. ¿Cómo entender esta situación?
A lo largo de sus diferentes ediciones, la muy criticada DSM (manual americano de referencia en psiquiatría) va ampliando los criterios de inclusión. Ello hace que aumente considerablemente el número de niños diagnosticados y, por ende, potencialmente medicados.
La deriva comercial empuja a médicos, enseñantes y padres a ver en la medicación una solución simple, rápida y eficaz. Vista la publicidad elogiosa de los buenos resultados escolares atribuidos a la medicación, la financiación de coloquios y de estudios orientados o pseudocientíficos, las propuestas de expertos-consultantes por otro lado, los apoyos financieros a las asociaciones… llaman mucho la atención.

¿Qué visión de la infancia?

El desarrollo de los niños exige tiempo, espacio y movimientos. Su impulsividad y vivacidad son difícilmente compatibles con las exigencias actuales de resultados, éxito, rapidez…. Los medicamentos ofrecen la ilusión de poder resolver esta difícil ecuación.
Podemos preguntarnos sobre la posibilidad del reembolso de estos medicamentos en perjuicio de otras intervenciones. Pensemos por ejemplo en hacer más accesibles la psicomotricidad y las consultas psicoterapéuticas, en apoyar espacios de acogida para padres y niños, en crear grupos de palabra, en promover mejor el deporte, los movimientos juveniles, la cultura…
Nosotros, en tanto que clínicos en contacto diario con nuestros pacientes, pensamos que hay que atraer la atención de todos antes de llegar a una situación similar a la de Brasil o los Estados Unidos, países en los que el porcentaje de niños medicados alcanza, en determinadas franjas de edad, la alucinante cifra del 20%. Es una locura!