Rescatamos esta entrevista con José Ramón Ubieto Psicólogo y coautor del libro Niñ@s Hiper.
Ya sabéis, los que nos conocéis, nuestro empeño en clarificar el famoso TDHA para evitar el sobrediagnóstico que se hace y el enmascaramiento de otros trastornos. Existe demasiada presión por parte de las personas que rodean al niñ@, a la hora de explicar sus dificultades, siempre por déficit de atención o hiperactividad, o ambas. Es decir, el reduccionismo del que habla nuestro colega José Ramón Ubieto
«Las siglas del TDAH son falsas. Ponerle la misma etiqueta a todos los niños es un reduccionismo»
Entrevista con José Ramón Ubieto, autor, junto a Marino Pérez, de «Niñ@s Hiper»
ABC EDUCACIÓN
Con él hablamos de esta obra recientemente publicada, y donde ambos autores se cuestionan de nuevo todo lo relacionado con el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad), para después ofrecer estrategias de ayuda y acompañamiento.Infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas... En definitiva, nos enfrentamos a una generación de
Niñ@s Hiper. Así se titula el libro coescrito por el especialista en psicología clínica José Ramón Ubieto y por el catedrático de psicología Marino Pérez, quienes aseguran que parte de la culpa la tenemos los adultos, por querer «liquidar la infancia». «Queremos que sean como nosotros: que sean emprendedores, con una identidad sexual clara, creativos, pero al mismo tiempo los queremos controlados y evaluables en sus resultados. ¿No estaremos privándoles del tiempo propio de la infancia, aquel que Freud señalaba como el necesario para comprender qué significa hacerse mayor?», se pregunta Ubieto.
Negar el TDAH pone a las familias de los niños diagnosticados y medicados en una situación muy difícil.
Negar que el TDAH existe, en efecto, es un problema. Hay que empezar por reconocer que en la actualidad a los niños les resultan más complicados los aprendizajes porque han cambiado muchas cosas. Ha cambiado primero lo más importante, que es quizá la creencia en el maestro. Para obedecer a alguien hay que creer en él. La autoridad funciona no porque uno te ponga una pistola en la cabeza. La autoridad viene de auctoritas, que es un termino que designa al autor, al que inventa, al que crea... El que resuelve problemas no es el que tiene poder. Potestas es otro término.
La autoridad del profesor se la tiene que conferir el alumno.
Sí. Antes los niños le daban más o menos automáticamente la autoridad al maestro. Ahora, para empezar, todo el mundo tiene el saber en el bolsillo: lo dice Google. La pérdida de autoridad hace que el consentimiento que el niño tiene que dar para aprender no ocurra. Aprender no es solo que alguien tenga deseo o capacidad de eneseñar. Hace falta que el alumno también quiera.
Dicen ustedes que el mundo digital en el que vivimos es el otro elemento que dificulta el aprendizaje.
Es que el mercado incluye la realidad digital. El mercado es la OPA hostil más salvaje que haya tenido jamás la familia. El mercado es un elemento de competición, porque propone toda una serie de estímulos a los chicos en forma de gadgets, aparatos electrónicos, juegos y. que trae consigo al tercer elemento de dificultad, que es la satisfacción inmediata. Existe un nuevo ideal, un nuevo GPS para nuestras vidas, una nueva brújula, no solo para los niños, sino también para los adultos, donde lo primero es la satisfacción, inmediata. Que en realidad es siempre insatisfacción…
¿Cómo es posible que en la actualidad se hagan hagan prediagnósticos de TDAH con cuatro años recién cumplidos?
Porque estamos proyectando sobre la infancia un modo de vida adulto. Queremos que los niños se porten como los mayores. Pero tiene que haber un tiempo de espera, que hoy se ha acortado exageradamente. Tengo una foto de un sobrino magnífica: con dos años y un chupete en la boca mientras quita la contraseña del móvil de su madre y «surfea» por la pantalla. Hay una aceleración extrema de la sociedad, que tiende a hiperpautar, hipercontrolar cada uno de los movimientos de la infancia.
Hay una pasión por la búsqueda del rendimiento, de la perfección... Que hace que cuando el niño no cumple con la «perfomance» que se espera de él, cuando no responde a la expectativa hiperpautada, ya se supone que tiene un trastorno.
Volviendo a la pregunta... A los cuatro años todavía existe un tiempo para poder mejorar la lectura, la escritura, los movimientos, el habla... todo.
Consideran ustedes, además, que el TDAH es un falso nombre. ¿Por qué?
Porque el TDAH son unas siglas que nombran algo, no es una abstracción. Es verdad que en el niño diagnosticado hay algo de agitación, de desatención e impulsividad... Que hay algo que está ocurriendo. Pero, ¿por qué es falso? Porque eso que está ocurriendo puede obedecer a muchos factores. Es un reduccionismo. Es una diversidad de situaciones recogida en un acrónimo.
¿Por qué vamos a reducir la diversidad de situaciones a un acrónimo? En el libro utilizamos una expresión de un psiquiatra inglés llamado Sami Timimi que ha hecho popular la expresión «Mcdonalización de la infancia» para diagnósticos rápidos, casi prefabricados, aplicados a niños. ¿Verdad que cuando uno come una hamburguesa en Sidney o lo hace en Madrid le sabe igual? Ahora traslade eso a los diagnósticos. ¿Va a ser igual un niño agitado en Alcorcón que otro en Sidney? Cada uno se agita por causas particulares.
Puede ser el nacimiento de un hermano, puede ser un duelo migratorio, la pérdida de un familiar. Puede ser por violencia, o puede ser dificultades específicas de lenguaje… Hay muchas razones, y poner la misma etiqueta a todos es un reduccionismo. Es un falso nombre. Cualquier niño es mucho más complejo que el síntoma del
TDAH. Esas siglas solo dicen una realidad de ese niño. He llegado a ver niños en el servicio de atención psicólogica de la Seguridad Social donde atiendo que nada más verme me dicen: «Yo tengo TDAH». Y yo les pregunto: «¿Pero tú no te llamas Miguel?».
Hay que saber ver a la persona que hay detrás...
Cuando yo tenía 15 años me llevaron a un neurólogo porque tenía una parálisis del pie. Allí sí que había personas con cosas graves, retrasos mentales, psicosis... Me sentí observado como si fuera un pequeño monstruo. Esa sensación no la olvidaré nunca. A veces no somos conscientes de esa evaluación, esa clasificación… Reducimos al menor a una especie de de monstruo, les tratamos como si les pasase algo terrible.... Eso no significa que no haya que verlos ni atenderlos, pero no tenemos que cargar con una hipoteca unas vidas que a veces son muy variables. A lo mejor al cabo de dos días deja de serlo.
Siempre explico la anécdota de un amigo que suspendía en Bachiller cuatro asignaturas. El profesor le decía que nunca iba a llegar a nada. Hoy es catedrático de arquitectura. Necesitó pasar un tiempo para entender que lo que a él le gustaba. Hoy le habríamos diagnosticado TDAH. Yo mismo era un TDAH seguro. Afortunadamente, nadie me medicó.
¿Cuál sería su primera recomendación a las familias ante este tipo de diagnósticos?
A los padres, lo primero que les diría es que hay que darse un tiempo para comprender cómo va evolucionando el asunto. La infancia es un tiempo para comprender. Ya Freud señalaba algo que hemos olvidado, que es el juego infantil. Ni los móviles, ni las pantallas... El elemento más importante de construcción de la persona es el juego infantil. El juego es un elemento que tenemos que facilitar, es el tratamiento primero que se debe poner en marcha con los niños… Que le den tiempo para que evolucione. No hay prisa para medicar.
¿En qué más se pueden apoyar los padres?
El segundo elemento es la educación. Si vamos a ponernos en manos de profesionales,
primero la educación. Cuando alguien tiene un problema de este tipo lo primero que tiene que hacer es hablar con la
escuela, los tutores... Ver cuales son las dificultades. Si son de atención, cognitivas, de lentitud de aprendizaje, de impulsividad,
del lenguaje... Hay que ver cada caso. Y ver qué pueden trabajar los profesores con ellos y qué puede hacer la familia para ayudarles en casa.
Pueden hacer un tratamiento a través de los recursos educativos: hay muchos juegos, herramientas de la mente, juegos sencillos que se pueden hacer en casa, trabajar aspectos como la espera, la manera de hablar, de dirigirse al otro, la memoria… Eso es lo primero. Si a pesar de haber hablado con la profesora, de haber aplicado ciertas estrategias... Siguen los problemas, es el momento de la consulta psicológica, de ver qué otros aspectos emocionales pueden estar bloqueando a ese niño, niña.
Y en el último término, si es necesario, lo que dicen todas las guías clínicas de todo el mundo:
optar por la medicación. A veces es necesaria para contener lo que desborda a un niño. Hay niños que no encuentran los límites del movimiento. La medicación para esos niños puede ser una ayuda necesaria. Y cuando hay que usarla, hay que hacerlo con rigor. Hay que ser muy prudente para medicar en la infancia. Todavía no sabemos muy bien cómo funciona en niños, porque con ellos no se hacen estudios y, por tanto, aunque algunos efectos ya los conocemos, otros no.
¿Les daría algún consejo más a los progenitores afectados?
Es muy importante tener claro que ser un buen padre, o una buena madre, no es saber qué hacer en cada momento. No son los managers de una empresa que tienen que subir las ventas. No es eso. Ser un buen padre es saber tolerar el tiempo que hace falta para que los niños se hagan mayores.
La diferencia entre nuestros progenitores y los de ahora es que, ante un berrinche, los primeros decían: «no le hagas caso, ya se le pasará». Ahora las familias piensan que tienen que estar interviniendo continuamente, y están siempre pendientes. Les resuelven cualquier situación porque lo consideran un problema, pero un berrinche no es un problema, es solo una conducta típica de los niños.
Las madres intervienen hasta en las broncas que tienen sus hijos en el parque infantil, cuando un niño no deja jugar a otro, o cuando se encuentran con la típica niña mandona. Esas cosas por las que todos hemos pasado y que los niños tienen que aprender solos. Hay que dejarles que se equivoquen. El error forma parte del aprendizaje. Si tú quieres estar interviniendo en cada momento de la vida de tu hijo, vas a convertirle en un ser vulnerable, que nunca podrá hacer nada solo.
Ser un buen padre no es estar siempre pendiente, es más bien tolerar un poco la espera. Es tolerar el fracaso de tu hijo, es estar atento.
No se trata de quitar importancia, sino de esperar, que es distinto.
Saber que tu hijo tiene una dificultad y no intervenir inmediatamente con toda la artillería.
¿Qué tipo de escuela o de pedagogía es mejor para estos niños?
Las que incorporan la movilidad como un recurso de aprendizaje. Pero todavía hay escuelas tradicionales donde están sentados los niños en la misma clase todos los días. En lugar de considerar la movilidad como un problema, deberíamos usarla como un recurso de aprendizaje. ¿Cómo? Trabajando por proyectos, incorporando salidas... La paradoja es que estamos introduciendo la tecnología digital en la escuela manteniendo el mismo formato de clase del siglo XIX, con los pupitres en línea, los niños sentados en fila… Pensar en que toda la innovación consiste en introducir la pizarra electrónica mientras que las mesas sigan iguales… En las escuelas donde funciona la movilidad hay menos casos de TDAH. El movimiento se puede utilizar para aprender, todo depende del adulto. De si tiene deseo de enseñar o no. Depende de la pasión por enseñar. Un maestro funcionario tiene poco que transmitir.
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