28 noviembre 2018

SIGLO XXI. NUESTRA GENERACIÓN DE ADOLESCENTES



Aquí os dejamos este audio de nuestro admirado Daniel J. Siegel. Es un vídeo largo, pero merece la pena escucharlo con atención. Como en sus libros: "El Cerebro del Niño" y "Tormenta Cerebral" utiliza un lenguaje comprensible, accesible y cercano. Plantea una visión global de la Educación y especialmente con los adolescentes.
Comprender cómo siente y aprende el adolescente y qué necesita.
Esperamos que os guste.

17 octubre 2018

A VUELTAS CON EL TDHA....

Rescatamos esta entrevista con José Ramón Ubieto Psicólogo y coautor del libro Niñ@s  Hiper. 


Ya sabéis, los que nos conocéis, nuestro empeño en clarificar el famoso TDHA para evitar el sobrediagnóstico que se hace y el enmascaramiento de otros trastornos. Existe demasiada presión por parte de las personas que rodean al niñ@, a la hora de explicar sus dificultades, siempre por déficit de atención o hiperactividad, o ambas. Es decir, el reduccionismo del que habla nuestro colega José Ramón Ubieto


«Las siglas del TDAH son falsas. Ponerle la misma etiqueta a todos los niños es un reduccionismo»

Entrevista con José Ramón Ubieto, autor, junto a Marino Pérez, de «Niñ@s Hiper»

ABC EDUCACIÓN










Con él hablamos de esta obra recientemente publicada, y donde ambos autores se cuestionan de nuevo todo lo relacionado con el
 TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad), para después ofrecer estrategias de ayuda y acompañamiento.Infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas... En definitiva, nos enfrentamos a una generación de Niñ@s Hiper. Así se titula el libro coescrito por el especialista en psicología clínica José Ramón Ubieto y por el catedrático de psicología Marino Pérez, quienes aseguran que parte de la culpa la tenemos los adultos, por querer «liquidar la infancia». «Queremos que sean como nosotros: que sean emprendedores, con una identidad sexual clara, creativos, pero al mismo tiempo los queremos controlados y evaluables en sus resultados. ¿No estaremos privándoles del tiempo propio de la infancia, aquel que Freud señalaba como el necesario para comprender qué significa hacerse mayor?», se pregunta Ubieto.





Negar el TDAH pone a las familias de los niños diagnosticados y medicados en una situación muy difícil.
Negar que el TDAH existe, en efecto, es un problema. Hay que empezar por reconocer que en la actualidad a los niños les resultan más complicados los aprendizajes porque han cambiado muchas cosas. Ha cambiado primero lo más importante, que es quizá la creencia en el maestro. Para obedecer a alguien hay que creer en él. La autoridad funciona no porque uno te ponga una pistola en la cabeza. La autoridad viene de auctoritas, que es un termino que designa al autor, al que inventa, al que crea... El que resuelve problemas no es el que tiene poder. Potestas es otro término.
La autoridad del profesor se la tiene que conferir el alumno.
Sí. Antes los niños le daban más o menos automáticamente la autoridad al maestro. Ahora, para empezar, todo el mundo tiene el saber en el bolsillo: lo dice Google. La pérdida de autoridad hace que el consentimiento que el niño tiene que dar para aprender no ocurra. Aprender no es solo que alguien tenga deseo o capacidad de eneseñar. Hace falta que el alumno también quiera.
Dicen ustedes que el mundo digital en el que vivimos es el otro elemento que dificulta el aprendizaje.
Es que el mercado incluye la realidad digital. El mercado es la OPA hostil más salvaje que haya tenido jamás la familia. El mercado es un elemento de competición, porque propone toda una serie de estímulos a los chicos en forma de gadgets, aparatos electrónicos, juegos y. que trae consigo al tercer elemento de dificultad, que es la satisfacción inmediata. Existe un nuevo ideal, un nuevo GPS para nuestras vidas, una nueva brújula, no solo para los niños, sino también para los adultos, donde lo primero es la satisfacción, inmediata. Que en realidad es siempre insatisfacción…
¿Cómo es posible que en la actualidad se hagan hagan prediagnósticos de TDAH con cuatro años recién cumplidos?
Porque estamos proyectando sobre la infancia un modo de vida adulto. Queremos que los niños se porten como los mayores. Pero tiene que haber un tiempo de espera, que hoy se ha acortado exageradamente. Tengo una foto de un sobrino magnífica: con dos años y un chupete en la boca mientras quita la contraseña del móvil de su madre y «surfea» por la pantalla. Hay una aceleración extrema de la sociedad, que tiende a hiperpautar, hipercontrolar cada uno de los movimientos de la infancia.
Hay una pasión por la búsqueda del rendimiento, de la perfección... Que hace que cuando el niño no cumple con la «perfomance» que se espera de él, cuando no responde a la expectativa hiperpautada, ya se supone que tiene un trastorno.
Volviendo a la pregunta... A los cuatro años todavía existe un tiempo para poder mejorar la lectura, la escritura, los movimientos, el habla... todo.
Consideran ustedes, además, que el TDAH es un falso nombre. ¿Por qué?
Porque el TDAH son unas siglas que nombran algo, no es una abstracción. Es verdad que en el niño diagnosticado hay algo de agitación, de desatención e impulsividad... Que hay algo que está ocurriendo. Pero, ¿por qué es falso? Porque eso que está ocurriendo puede obedecer a muchos factores. Es un reduccionismo. Es una diversidad de situaciones recogida en un acrónimo.
¿Por qué vamos a reducir la diversidad de situaciones a un acrónimo? En el libro utilizamos una expresión de un psiquiatra inglés llamado Sami Timimi que ha hecho popular la expresión «Mcdonalización de la infancia» para diagnósticos rápidos, casi prefabricados, aplicados a niños. ¿Verdad que cuando uno come una hamburguesa en Sidney o lo hace en Madrid le sabe igual? Ahora traslade eso a los diagnósticos. ¿Va a ser igual un niño agitado en Alcorcón que otro en Sidney? Cada uno se agita por causas particulares.
Puede ser el nacimiento de un hermano, puede ser un duelo migratorio, la pérdida de un familiar. Puede ser por violencia, o puede ser dificultades específicas de lenguaje… Hay muchas razones, y poner la misma etiqueta a todos es un reduccionismo. Es un falso nombre. Cualquier niño es mucho más complejo que el síntoma del TDAH. Esas siglas solo dicen una realidad de ese niño. He llegado a ver niños en el servicio de atención psicólogica de la Seguridad Social donde atiendo que nada más verme me dicen: «Yo tengo TDAH». Y yo les pregunto: «¿Pero tú no te llamas Miguel?».
Hay que saber ver a la persona que hay detrás...
Cuando yo tenía 15 años me llevaron a un neurólogo porque tenía una parálisis del pie. Allí sí que había personas con cosas graves, retrasos mentales, psicosis... Me sentí observado como si fuera un pequeño monstruo. Esa sensación no la olvidaré nunca. A veces no somos conscientes de esa evaluación, esa clasificación… Reducimos al menor a una especie de de monstruo, les tratamos como si les pasase algo terrible.... Eso no significa que no haya que verlos ni atenderlos, pero no tenemos que cargar con una hipoteca unas vidas que a veces son muy variables. A lo mejor al cabo de dos días deja de serlo.
Siempre explico la anécdota de un amigo que suspendía en Bachiller cuatro asignaturas. El profesor le decía que nunca iba a llegar a nada. Hoy es catedrático de arquitectura. Necesitó pasar un tiempo para entender que lo que a él le gustaba. Hoy le habríamos diagnosticado TDAH. Yo mismo era un TDAH seguro. Afortunadamente, nadie me medicó.
¿Cuál sería su primera recomendación a las familias ante este tipo de diagnósticos?
A los padres, lo primero que les diría es que hay que darse un tiempo para comprender cómo va evolucionando el asunto. La infancia es un tiempo para comprender. Ya Freud señalaba algo que hemos olvidado, que es el juego infantil. Ni los móviles, ni las pantallas... El elemento más importante de construcción de la persona es el juego infantil. El juego es un elemento que tenemos que facilitar, es el tratamiento primero que se debe poner en marcha con los niños… Que le den tiempo para que evolucione. No hay prisa para medicar.
¿En qué más se pueden apoyar los padres?
El segundo elemento es la educación. Si vamos a ponernos en manos de profesionales, primero la educación. Cuando alguien tiene un problema de este tipo lo primero que tiene que hacer es hablar con la escuela, los tutores... Ver cuales son las dificultades. Si son de atención, cognitivas, de lentitud de aprendizaje, de impulsividad, del lenguaje... Hay que ver cada caso. Y ver qué pueden trabajar los profesores con ellos y qué puede hacer la familia para ayudarles en casa.
Pueden hacer un tratamiento a través de los recursos educativos: hay muchos juegos, herramientas de la mente, juegos sencillos que se pueden hacer en casa, trabajar aspectos como la espera, la manera de hablar, de dirigirse al otro, la memoria… Eso es lo primero. Si a pesar de haber hablado con la profesora, de haber aplicado ciertas estrategias... Siguen los problemas, es el momento de la consulta psicológica, de ver qué otros aspectos emocionales pueden estar bloqueando a ese niño, niña.
Y en el último término, si es necesario, lo que dicen todas las guías clínicas de todo el mundo: optar por la medicación. A veces es necesaria para contener lo que desborda a un niño. Hay niños que no encuentran los límites del movimiento. La medicación para esos niños puede ser una ayuda necesaria. Y cuando hay que usarla, hay que hacerlo con rigor. Hay que ser muy prudente para medicar en la infancia. Todavía no sabemos muy bien cómo funciona en niños, porque con ellos no se hacen estudios y, por tanto, aunque algunos efectos ya los conocemos, otros no.
¿Les daría algún consejo más a los progenitores afectados?
Es muy importante tener claro que ser un buen padre, o una buena madre, no es saber qué hacer en cada momento. No son los managers de una empresa que tienen que subir las ventas. No es eso. Ser un buen padre es saber tolerar el tiempo que hace falta para que los niños se hagan mayores.
La diferencia entre nuestros progenitores y los de ahora es que, ante un berrinche, los primeros decían: «no le hagas caso, ya se le pasará». Ahora las familias piensan que tienen que estar interviniendo continuamente, y están siempre pendientes. Les resuelven cualquier situación porque lo consideran un problema, pero un berrinche no es un problema, es solo una conducta típica de los niños.
Las madres intervienen hasta en las broncas que tienen sus hijos en el parque infantil, cuando un niño no deja jugar a otro, o cuando se encuentran con la típica niña mandona. Esas cosas por las que todos hemos pasado y que los niños tienen que aprender solos. Hay que dejarles que se equivoquen. El error forma parte del aprendizaje. Si tú quieres estar interviniendo en cada momento de la vida de tu hijo, vas a convertirle en un ser vulnerable, que nunca podrá hacer nada solo.
Ser un buen padre no es estar siempre pendiente, es más bien tolerar un poco la espera. Es tolerar el fracaso de tu hijo, es estar atento. No se trata de quitar importancia, sino de esperar, que es distinto. Saber que tu hijo tiene una dificultad y no intervenir inmediatamente con toda la artillería.
¿Qué tipo de escuela o de pedagogía es mejor para estos niños?

Las que incorporan la movilidad como un recurso de aprendizaje. Pero todavía hay escuelas tradicionales donde están sentados los niños en la misma clase todos los días. En lugar de considerar la movilidad como un problema, deberíamos usarla como un recurso de aprendizaje. ¿Cómo? Trabajando por proyectos, incorporando salidas... La paradoja es que estamos introduciendo la tecnología digital en la escuela manteniendo el mismo formato de clase del siglo XIX, con los pupitres en línea, los niños sentados en fila… Pensar en que toda la innovación consiste en introducir la pizarra electrónica mientras que las mesas sigan iguales… En las escuelas donde funciona la movilidad hay menos casos de TDAH. El movimiento se puede utilizar para aprender, todo depende del adulto. De si tiene deseo de enseñar o no. Depende de la pasión por enseñar. Un maestro funcionario tiene poco que transmitir.
REVISTA ABC EDUCACIÓN

28 febrero 2018

HIPERPATERNIDAD. SOBREPROTECCIÓN


Hemos encontrado esta entrevista a Eva Millet sobre su libro Hiperpaternidad. Refiere conceptos muy actuales sobre la problemática en la educación contemporánea y extrae, lo que en nuestra opinión, son los pilares fundamentales en el ejercicio de la paternidad.





Eva Millet: «La sobreprotección infantil está produciendo niños altar o hiponiños»









De padres que cargan la mochila, persiguen a sus hijos con el bocadillo por el parque, y todos los días preguntan en el grupo de WhatsApp del colegio qué deberes tienen sus niños para el día siguiente... hijos como los que describe la periodista Eva Millet en su libro «Hiperniños», menores que de tanto que sus padres les han dado durante su infancia, de mayores no pueden hacer nada ellos por sí mismos.
No se trata, prosigue, «de señalar a los progenitores que lo están haciendo mal. Pero sí decirles que nos tenemos que relajar, y que hay otras opciones. La crianza es un proceso a largo plazo, donde los resultados no salen a golpe del clic. Ahora hay muchos que están formando muy pronto al niño, para que a los diez años sea un pequeño Mozart».


- Usted señala que esa hiperpaternidad que lo da todo, y lleva a sus hijos a los colegios más caros, las mejores extraescolares, y las vacaciones más estrambóticas no funciona.

- La hiperpaternidad no da la felicidad. Pero no lo digo yo, lo dicen los expertos a los que he entrevistado. Esta sobreprotección infantil lo que está produciendo son niños altar o niños mueble. Afecta a toda la familia, hace que vivan muy estresados, porque se sienten que no son lo suficientemente buenos, que no le están dando al niño lo suficiente para que triunfen. Y ojo, afecta especialmente a las madres… que son conscientes de que nunca le dan suficientemente al niño para que esté hiperformado.

Ser feliz requiere carácter. La educación no es simplemente dotar de conocimientos y experiencias mágicas —del tipo llevarle a Disney a los cinco años, o ver a Papá Noel en Laponia ¡y en privado!...— que se piensa que hay que dar para que los niños sean felices. Como dice el filósofo José Antonio Marina, «la educación es la suma de conocimientos y la formación del carácter». El carácter son los recursos para ejecutar la formación. La constancia, el esfuerzo, la resiliencia, la empatía… El carácter son muchas cosas.

Y sobre todo, una que también es importantísima y que se nos olvida a menudo:la tolerancia a la frustración. Porque la frustración te acompaña toda la vida. Cuidado, no se trata de educarlos como los espartanos, pero sí que tengan herramientas para tolerar la frustración. Hay esta idea de que hay que darles todo y de que no se pueden frustrar porque van a ser infelices, y parece según los expertos que es justo todo lo contrario.

- De la mano de la frustración están los limites.

- Es un concepto que afortunadamente cada vez se reivindican más. No puedes crecer sin límites, los niños los buscan, los adolescentes también. Los quieren y los necesitan. La educación es la suma de afecto y límites, ese es el binomio. Se han de poner pronto…


- El fenómeno de la hiperpaternidad también está caracterizado por padres que tienen mucha presión para que sus hijos triunfen. Usted señala que es más habitual entre las clases medias y altas.

- En la hiperparternidad el hijo es un proyecto de los padres, porque se ve como un producto a gestionar. Son los padres CEO y sí, la tendencia es que el fenómeno se de en las clases medias y altas porque como decimos llevan al niño al mejor colegio, les apuntan a extraescolares de cinco en cinco, y cuanto más extravagantes, mejor.


- Respecto a las extraescolares, ¿dónde está el término medio? Muchas familias no ven posible prescindir por falta de conciliación laboral.

- Es cierto. Cada familia es un mundo. Pero las extraescolares se están poniendo demasiado pronto, y demasiadas a la vez. Están arrebatando tiempo para el juego. Y creo que jugar es la mejor extraescolar. Jugando no solo desarrollan tolerancia a la frustración. También la creatividad, o el trabajo en equipo... La hiperpaternidad lo ve como una pérdida de tiempo, pero el juego es fundamental y es la esencia de la infancia. Quizás habría que plantearse si no es posible que entre algunas madres se turnen para recoger a los niños e ir al parque. Desde luego, lo que no podemos hacer es arrebatarles el tiempo como lo estamos haciendo.


- Dice usted que los colegios empiezan a estar anonadados.

- Sí. Están viendo que la colaboración de los padres, que de por sí es una cosa fantástica, se está convirtiendo en intromisión. El hiperpadre, en este afán de crear el mundo perfecto para el hijo perfecto, interviene en el menú, en cómo da las clases el profesor, en la oferta de extraescolares… Está pasando. Las escuelas cada vez están cada vez más cuestionadas y exigidas. Existe esta idea de que el niño es tan especial y único que este tiene que tener una educación especial y única. Los centros escolares se volverían locos si se tuvieran que adaptar de esa forma a cada niño.


- Esta situación está dando lugar a una figura nueva, que usted desvela, que son los hipertutores en los centros escolares.

- Se ven casos donde los niños han dejado de ser los interlocutores, y hablo de Secundaria, de adolescentes, donde son los padres los que hablan con el maestro en un momento en el que el chaval ya puede defender sus argumentos… Son pocos casos, pero es una figura que está apareciendo. Se establece un vínculo que no separa familia de especialista. Se pone al mismo nivel. Es verdad que hay que ayudar al alumno, pero se trabaja más desde la compasión que desde la resiliencia, el esfuerzo, la superación… Hoy con los correos electrónicos, los WhatsApps… No hace falta ese control exhaustivo.

En Estados Unidos esto está dando lugar a que se generalice una situación de «ansiedad extrema» que se ha extendido entre los adolescentes, y que según distintos estudios la sufren el 62% de alumnos de Secundaria. De hecho, está derivando en que existan unos protocolos para estos alumnos tan sumamente frágiles que no pueden afrontar un examen porque se quedan paralizados.

Son adolescentes con un Instagram de imágenes perfectas, pero la realidad es que están ansiosos, paralizados algunos por la ansiedad. Porque son como niños pequeños, son hiponiños o hipohijos, que no pueden hacer nada sin que sus papás les ayuden, completamente dependientes. Y una cosa muy interesante, está apareciendo también el miedo a fallar, a equivocarse, como una nueva plaga, que si no gestionan en la infancia acabará en fobia.


- En el libro se habla también de la moda de impartir la educación emocional en los colegios, «cuando los mejor posicionados para impartir esta materia son los padres», señala. 

- La base de la educación emocional es la empatía. En la hiperpaternidad se le dice al niño que él es fantástico, pero para que una autoestima funcione tiene que ir acompañada de empatía, que es una herramienta más del carácter. Y la conclusión de todo lo que digo en mi obra es que no tenemos que educar un hijo perfecto, sino criar personas. Educar personas, que es lo que necesitamos, no seres perfectos. Entiendo que cuesta relajarse, porque hay mucha oferta, mucha competitividad, y los padres que se relajan sienten que ponen en desventaja a sus hijos. Porque este modelo no funciona, no da la felicidad. Muchas veces la hiperpaternidad tiene que ver con la desconfianza en nuestras capacidades. Pero los hijos no quieren padres perfectos: quieren que les quieran, que les pongan límites, y que confíen en ellos, y también en su propia labor como progenitores.